Los Juegos de Pekín empezaron online. Ése era uno de los objetivos de la cita olímpica más marcada por las tecnologías. Censuras aparte, el plan no ha salido mal, ya que la mayoría de los cientos de miles de espectadores que acudan a la capital china tuvieron que reservar o comprar las entradas para alguna competición enviando un mensaje de correo electrónico. Nada de colas en taquilla ni largas esperas telefónicas. Una ventaja considerable. O no. Porque, en muchos países, ésa era la única opción.
La evolución y la difusión de las nuevas tecnologías, más allá de sus indiscutibles ventajas, esconde una cara oculta que puede llegar a perjudicar, de alguna manera, a una franja de usuarios. Además, plantea algunas preguntas. La básica: ¿Podemos vivir desconectados? Internet determina considerablemente nuestras vidas, pero, ¿puede también discriminar a esos ciudadanos que no están tan familiarizados con los entresijos de la Red, los llamados tecnoanalfabetos? Y, sobre todo, ¿es realmente más práctico, rápido o eficaz hacerlo todo online?
Valga como ejemplo lo que ocurrió hace algunos meses en Reino Unido, el país más conectado de Europa, donde empezaron a surgir unas plataformas que reivindican los derechos de los usuarios que no quieren utilizar Internet para tramitar cierto tipo de documentos o hacer la compra. Piden que la Administración Pública y los comerciantes que planean trasladar su actividad en línea para ahorrar sigan respetando a los que se las arreglan mejor con el correo ordinario, no están acostumbrados a rellenar formularios online o prefieren acudir a una tienda de toda la vida. Bien porque la tecnología les supera o, sencillamente, por elección personal.
Más que un rechazo a la sociedad contemporánea -que también existe y coincide, sobre todo en los países anglosajones, con el resurgir de movimientos neoluditas, que propugnan un rechazo a las tecnologías y una vuelta al campo, o grupos ecologistas radicales-, esta última opción tiene una especie de carácter filosófico, relacionado con un estilo de vida más analógico y, en muchas ocasiones, forzado por el lenguaje propio de la electrónica, plagado de neologismos y acrónimos.
¿Saben ustedes, por ejemplo, qué es un widget? Pues, los expertos aseguran que es un nuevo tipo de aplicación, útil para facilitar el acceso, por ejemplo, a "funciones utilizadas con frecuencia y proveer también de información visual". En otras palabras, se trata de una forma de bajar y ver en la pantalla de sus ordenadores relojes, notas, calculadoras, calendarios, agendas, juegos o unas ventanas con información del tiempo en sus ciudades, como también explican los editores de Wikipedia. Sin más.
Y es que precisamente el lenguaje puede convertirse en un factor excluyente del universo tecnológico, porque parece estar demasiado orientado a los iniciados, señalan los expertos. Por otro lado, en algunas ocasiones no hace falta ser un tecnoanalfabeto para salir corriendo. Porque la cantidad de cables, complementos y gadgets puede espantar incluso al tecnófilo más curtido.
Es el caso del madrileño Ícaro Moyano, periodista especializado y responsable de latejedora.es. En su opinión, la industria nos juega unas bromas pesadas. "Hay muchas conexiones wi-fi, mucha conectividad sin interrupciones, pero yo cada vez llevo más cables encima. Sólo hace falta mirar su mochila de las vacaciones, por ejemplo: seguro que todos acumulamos cargadores, cables de datos y demás hilos del móvil, ordenador, cámara de fotos…. Por supuesto, todos son incompatibles entre sí y todos aparatosos. Además, ¿para qué valen todas estas cuerdas con sus puertos diferentes?", se pregunta. "Se llaman HDMI, FireWire, RJ45… Parecen más bien una ensalada de alambres con muy pocos estándares. Y, a fin de cuentas, un engorro". Mientras tanto, a la espera de que todas las marcas de electrónica de consumo se pongan de acuerdo en comercializar un par de cables compatibles y sólo unos pocos puertos USB, habrá que acostumbrarse o quedarse fuera de juego.
A propósito de esta supuesta exclusión, la agencia publicitaria estadounidense Wunderman acaba de difundir un anuncio titulado My brain hurts (algo así como me duele la cabeza), acompañado de un documento en el que sostiene que la revolución digital, sobre todo en el ámbito empresarial, está dejando atrás a muchos clientes. Se trata de una propuesta que, al margen de los posibles intereses de esta empresa, aplica una declaración de intenciones distinta de lo habitual. "Tenemos que ayudar a los consumidores a entender mejor la tecnología. Si no lo hacemos, la revolución digital fracasará. Porque nuestros trabajos, los precios de las viviendas, las pensiones, el futuro de nuestros países dependen del crecimiento económico que acarrea la digitalización…". Este informe, elaborado por Simon Silvester, sostiene que el "secreto oscuro de la digitalización" es la "dificultad de la mente humana de asimilar la tecnología" y añade: "Estudios de los fabricantes de productos electrónicos de consumo revelan que los usuarios no pulsan nunca la mayoría de botones de los mandos de control remoto". Por su parte, los fabricantes de electrodomésticos, como las lavadoras, señalan que, a pesar de que introduzcan constantemente nuevos programas de lavado, no consiguen acostumbrar a los usuarios a utilizar con frecuencia "más de dos".
Más allá de los tintes cuasi apocalípticos, la propuesta ha despertado el interés del sector y a algunos expertos. Porque, para explotar los aspectos positivos del universo digital, hay que tener en cuenta algunos factores. El experto en nuevas tecnologías Ricard Ruiz de Querol, autor del blog Estrategias 2.0 y ruizdequerol.wordpress.com recuerda a este respecto que existen dos mundos separados por una barrera generacional y una brecha cultural antes que digital. Es cierto. Basta con acudir a los datos del Instituto Nacional de Estadística para comprobar que la gente menor de 45 usa Internet, y la gente mayor, no lo hace con tanta frecuencia. ¿Por qué? Ante todo, porque se trata de dos grupos sociales distintos alentados por el propio mercado de las nuevas tecnologías. "La industria y la publicidad de este sector se dirigen básicamente a los iniciados, a los que están ya conectados, a los que buscan lo último…. Y no al revés, como debería ocurrir", explica. La percepción de los consumidores, es, por tanto, que "Internet ofrece fibras ópticas y conexiones ultrarrápidas, pero no se explica lo que más puede interesar a los usuarios supuestamente normales".
La agencia Wunderman, para ayudar a entender este fenómeno, invita a imaginar un escenario en el que todas las estrategias de marketing se parezcan a las del sector tecnológico. En ese caso, se podría llegar a anuncios de alubias enlatadas plagados de conversaciones paradójicas como ésta:
-Hola, cariño, ya he vuelto.
-Muy bien. Estoy preparando un XCR-30 para cenar.
Volviendo a la realidad cotidiana, pongamos otro ejemplo. "¿Cuánta gente sabe suprimir un programa tan difundido como el Messenger?", se pregunta Ruiz de Querol. Basta con acudir a algunos foros de discusión o blogs de ayuda para comprobar y rastrear las preguntas y las peticiones de decenas de usuarios acerca de este problema. "Por supuesto, se puede suprimir", explica Ruiz de Querol, "pero la solución no aparece en el apartado de ayuda y, sobre todo, no tiene una explicación trivial", lo que responde a una tendencia clara del universo digital: "Hay una concentración de esfuerzos hacia alfabetizar más a los que ya están al loro y olvidar a los demás".
Aunque cada vez sean más habituales cursos de alfabetización informática organizados por administraciones públicas, fundaciones y empresas, y acontecimientos centrados en la difusión de las nuevas tecnologías, las diferencias entre tecnófilos y tecnófobos aumentan ahora por culpa de una brecha cultural y generacional.
¿Por qué no se conecta a Internet la mitad de la población? "La mayor parte de la gente renuncia porque, sencillamente, no se lo ponen lo bastante fácil", opina De Querol.
Las citas veraniegas de aficionados como la Campus Party en Valencia o la 3eParty de Antequera (pensada especialmente para usuarios de la tercera edad), además, suelen reforzar esta idea. Para la gran mayoría de los consumidores, se trata, sobre todo, de ocasiones de encuentro para frikis, lo que les suele echar para atrás. "¿Qué ocurre si yo no estoy interesado en lo que está debajo del capó del coche y sólo soy un conductor? En el mundo de la tecnología ocurren cosas peculiares. Es como si acudiera a una concentración de automóviles de época en Sitges y me obligaran a comprar un modelo de 1928, o si acudiera a una concentración de Harley Davidson en Barcelona, que puede que me gusten o interesen, y me obligaran a llevar patillas largas. Pues, entonces diría que no", prosigue De Querol.
Además, según han detectado expertos y estudios de mercado, el cliente ideal de las tecnologías suele ser el consumidor no sólo familiarizado con la informática, sino alguien que espera con expectación los lanzamientos de las novedades del sector.
Para intentar ir más allá, mejorar el mercado y el uso de las potencialidades de Internet, los expertos recomiendan la resolución de casos tan comunes como éste. Supongamos que un cliente común decide contratar una conexión ADSL. Elige una compañía y los operadores acuden a su casa para instalarla. Es muy probable que ese cliente sepa usar el correo electrónico y haya navegado en Internet alguna vez (según los últimos datos del INE, de 2007, el 57% de los españoles se ha conectado al menos una vez), pero poco más. ¿Existe alguien que le ayuda a orientarle en ese mare mágnum? Si tiene un problema, ¿sabe qué hacer? Lo más probable es que se sienta solo y perdido, y acabe renunciando a profundizar sus conocimientos, lo que lleva a ese usuario a perder una oportunidad fundamental para vivir en la sociedad contemporánea.
Porque, por otro lado, parece imposible, a estas alturas, vivir desconectados. Hace un año, tres estudiantes estadounidenses del Carleton College (en el Estado de Minnesota) decidieron participar en un experimento que ilustra los inconvenientes de la vida analógica. Antes de nada, apagaron sus ordenadores y decidieron vivir desconectados de Internet (offline) durante un mes, aproximadamente. En primer lugar, se encontraron con que no tenían acceso a la documentación que necesitaban para sus estudios y no podían teclear sus trabajos.
Se vieron así obligados a utilizar máquinas de escribir como mayor innovación tecnológica. Uno de los primeros problemas relacionados, además, con esta "tecnología" consistía en que en la biblioteca sólo había tres máquinas de escribir y, además, sólo una funcionaba. Los correos electrónicos también eran un problema.
En resumidas cuentas, no podían acceder al servicio de mensajería rápida que les permitía comunicarse con los profesores, tampoco a los servicios del campus virtual. Otra faceta que les afectó fue también la ausencia de música. En un mundo en el que ya empiezan a escasear, en muchos casos, los lectores de CD, el no disponer de un ordenador o un reproductor MP3 se convierte en un problema. Además, tampoco podían aprovechar herramientas educativas como los podcasts. Al final del mes, sólo "sobrevivió" al experimento la estudiante Caitlin Magnousson, aunque se alegró bastante de volver a abrir su ordenador portátil. La vuelta a lo digital ha sido "para mejor", dijo.
Precisamente para que el aterrizaje en el mundo digital sea para mejor, algunos señalan que es necesario que la tecnología no se convierta en una carrera de obstáculos. Y para eso, habrá que contar con la ayuda de todos los actores del universo digital: usuarios, industria y alfabetizadores.
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