Los niños echan mano cada vez más de los dispositivos tecnológicos personales, como los teléfonos móviles, para definirse a ellos mismos y crear círculos sociales fuera de sus familias.
Los analistas empresariales y otros investigadores esperan que la popularidad del móvil, así como la movilidad y la intimidad que éste conlleva, sigan explotando e impulsando estas tendencias.
«Para los niños se ha convertido en un objeto que perfila su identidad y cambia su psique», afirma Sherry Turkle, psicóloga social y profesora del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) que ha estudiado el impacto social de las comunicaciones con el móvil.
«Nadie inventa una tecnología sabiendo con certeza cómo se va a utilizar o cómo puede modificar una sociedad». Y añade que es probable que estas tendencias se mantengan a medida que los móviles se metamorfoseen en «miniordenadores» que quepan en la palma de la mano.
Los expertos en marketing y los fabricantes de móviles están ansiosos por rellenar el último salto generacional. El pasado otoño, Firefly Mobile lanzó al mercado el glowPhone para los niños de educación preescolar: tiene un teclado pequeño con dos botones de marcado rápido con la imagen de una madre y de un padre. AT&T promociona su servicio inalámbrico mediante anuncios por televisión en los que le toman el pelo a una madre que no entiende la jerga que su hija usa con el móvil.
Hasta ahora, la capacidad de los padres de ponerse en contacto con sus hijos siempre que lo deseen ha supuesto más ventajas que desventajas para las familias. Russell Hampton, divorciado, dice que le resulta más fácil llamar a su hija Katie, de 14 años, aunque viven en zonas horarias diferentes. Y los universitarios que no tienen tiempo de nada, como Ben Blanton, estudiante de primer año que juega al béisbol en la Universidad Vanderbilt de Tenesí, pueden enviarles un mensaje a sus padres cuando más les convenga.
«Mandar mensajes es un punto intermedio entre llamar y enviar un correo electrónico», explica. Claro que ni se le ocurriría escribirle a su madre, Jan, una carta. «Se tarda demasiado tiempo», dice.
Al igual que con cualquier cambio cultural que afecte a padres e hijos ?como el nacimiento del rock ‘n’ roll o la revolución sexual de la década de los sesenta?, surgen diversos abismos. Los miembros de la generación del babyboom que avisaron hace varias décadas de que no podían confiar en sus despegados padres ahora a veces se dan cuenta de que están criando a niños que, gracias a Internet y al móvil, se creen que mamá y papá tampoco están al tanto de nada.
Los móviles, la mensajería instantánea, los correos electrónicos y todo lo demás alientan a los jóvenes usuarios a crear su propio lenguaje escrito. Esto, básicamente, les ha ofrecido la posibilidad de esconderse al aire libre. Mantienen una relación más estrecha que nunca con sus padres, pero también son mucho más independientes.
En algunos casos, puede que estén más alejados de los más allegados, opina Anita Gurian, psicóloga clínica y redactora ejecutiva de AboutOurKids.org, una página web del Child Study Center de la Universidad de Nueva York.
«Los móviles exigen un compromiso por parte de los padres de una naturaleza distinta», afirma. «Los niños pueden hacer muchas cosas delante de los padres sin que éstos se enteren».
Los padres siempre se preocupan por el bienestar de sus hijos, su independencia y su conducta, y la popularidad de los móviles le da un giro de tuerca más a esa dinámica. Independientemente de cómo termine la cosa, habrá ayudado a que las compañías de comunicaciones instantáneas eduquen a los padres en cuanto a cómo mantener un mejor contacto con sus hijos.
En una encuesta publicada hace año y medio, AT&T revelaba que, de los 1.175 padres que la compañía había entrevistado, cerca de la mitad había aprendido a enviar y recibir mensajes con ayuda de sus hijos. Más del 60% de los padres admitían que les había ayudado a comunicarse, pero que a veces los hijos no tenían ganas de oír su voz.
«El mero hecho de que puedas llamarlos no implica que vayan a contestar», asegura Amanda Lenhart, experimentada especialista en investigación del Pew Internet & American Life Project que estudia el impacto de la tecnología en los adolescentes.
Savannah Pence, de 15 años, explica que quiere estar en contacto con sus padres, pero que a veces también quiere mantener cierta distancia. Afirma que su padre, John, se aseguró de que tanto ella como su hermano Alex, de 19 años, esperaran a llegar al instituto para tener móvil, a diferencia de amigos suyos que ya los tenían en quinto. Y aunque Savannah considera que la relación entre sus padres y ella es bastante buena, sigue prefiriendo tener su espacio. «No envío muchos mensajes con mis padres delante porque los leen», comenta.
Al principio, John, que es dueño de un restaurante en Portland, Oregón, no estaba seguro de cómo relacionarse con su hija. «No sabía cómo comunicarme con ella», admite. «Tuve que aprender». Así que Savannah le dio un curso rápido de mensajes de texto. John es muy consciente de hasta qué punto los móviles, los iPods y las consolas pequeñas pueden desestabilizar las relaciones familiares.
«Veo niños escribiendo mensajes por debajo de la mesa en el restaurante», afirma. «No saben que ese tiempo es para mantener una conversación. A veces me gustaría acercarme a la mesa y decirles: ‘Niños, guardad el iPod y el móvil y hablad con vuestros padres'».
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